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En 1990, se cultivaron en el Paraguay 500.000 hectáreas de algodón. El rendimiento promedio no pasó, ese año, de 1.200 kilos por hectárea. Aún así, estamos hablando de unas 600.000 toneladas de algodón en rama que debieron rendir unas 198.000 de la fibra ya desmotada en plantas industriales.
Industrializada y llevada a los mercados de Chicago o Nueva York, esa cifra crecería notablemente en las tablas de exportación. Así descrito, el panorama parece alentador para todos, campesinos, industriales y exportadores. La pregunta clave entonces es la siguiente: ¿Por qué no funciona esta cadena de valor, porqué ha caído a cifras tan residuales como los actuales?
La combinación de factores es casi infinita. Puede comenzar con la tozudez del agricultor que se resiste a aumentar el número de plantas por hectárea. Continúa con el abandono que sufre el productor por parte del Estado y la molicie de sus asesores técnicos incapaces de despegar el trasero de sus escritorios y salir a instruir al productor.
Sigue también con los negociados con el material genético y la entrega de semillas basura que deprimen aun más el rendimiento. Y puede completarse, como si faltara algo más, con la manipulación de subsidios que generalmente van a enjugar déficits de intermediarios y a engordar cuentas personales.
Como el Gobierno que se va ha sido incapaz de romper este esquema de increíble ineficiencia y corrupción, el que llega tiene que venir con un plan bajo el brazo y restaurar un legítimo agronegocio que antaño daba para todos: agricultor, industrial, exportador y Estado.
El pequeño campesino paraguayo conoce de algodón y sabe cómo cultivarlo, aún cuando deba incorporar nuevas metodologías para el manejo de suelos y empleo de semillas. El algodón paraguayo debe recuperar su calidad internacional, la que nos había ubicado como uno de los mejores exportadores de la fibra, reconocida entre las que producen Egipto, India y Estados Unidos. Y volver a tener su peso específico propio en las tablas de exportación.
Fuente: 5días.